Creo que no me equivoco al decir que el 100% de los relacionistas en Puerto Rico estamos claros en la importancia de la medición de resultados. La medición nos permite validar ante nuestros jefes y clientes que lo que hacemos vale la pena; cobrar por nuestros servicios sabiendo que nuestros clientes están obteniendo un retorno por su inversión y, no menos importante, nos valida como profesionales que nos desempeñamos con efectividad.
Si es tan importante, ¿por qué todavía hay tantos clientes inseguros del valor que podemos brindar a sus negocios? Más importante aún, ¿por qué no nos aseguramos de integrar herramientas de medición en todas las campañas y programas que diseñamos?
Las razones son varias. La más común de todas: que nuestros clientes no tienen presupuesto para hacer investigaciones formales. La segunda: que por falta de tiempo, por prisa o simple descuido no nos ocupamos de establecer objetivos medibles como parte del proceso de planificación y, al final, no tenemos parámetros para medir nuestra efectividad.
Uno de los retos más grandes que tenemos en la relación con nuestros clientes y jefes, es la de ayudarles a expresar cuáles son sus objetivos. Y esto sólo se logra a base de preguntas. ¿Qué es lo que quiere lograr? Si es aumentar las ventas, ¿en qué por ciento, en cuánto tiempo? Si es lograr que los consumidores se inscriban en un programa, ¿cuántos serían un indicador de éxito? ¿Deben tener algún perfil psicográfico o demográfico en particular? Hay que preguntar y preguntar.
Una gran ventaja de definir objetivos claramente, en conjunto con nuestros clientes, es que éstos pasan a ser una especie de acuerdo para medir el éxito de la campaña o programa. A la hora de ejecutar, los objetivos también nos sirven para enfocar nuestros planes de acción y evitar que nos vayamos por las ramas.
En el próximo artículo seguiré conversando con ustedes sobre este tema. Mientras tanto, ¿qué piensas tú?
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